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Crónica del Sábado de Pasión 2025: Cuando Dios quiso que saliéramos
20/04/2025

«Porque donde dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estaré Yo en medio de ellos.» (Mt 18, 20)

Así comenzó todo. Con un rezo silencioso, con un templo lleno de corazones latiendo al unísono, con los primeros pasos temblorosos de los costaleros que, convocados a las 16:00, entraban en Santiago el Mayor como mensajeros de lo que estaba por venir. Allí, sólo ellos, a solas con Jesús Nazareno, cara a cara, sin más sonido que su respiración entrecortada y el murmullo de una Padre Nuestro que no necesitaba palabras, comenzó a escribirse la página más hermosa de nuestra historia.

Llegaron después todos los demás. Con la lluvia como invitada inesperada, caprichosa y constante, que parecía querer frustrar el sueño que tejimos durante un año entero. Pero la fe no se moja. Y el corazón, cuando ama, resiste cualquier tormenta.

Las portadoras de la Virgen, firmes como torreones de fe, no la dejaron sola ni un instante. Los nazarenos, con sus capirotes negros como luto anticipado del alma, comenzaron a salir por las calles del barrio en dirección a la Parroquia. Monaguillos, acólitos, auxiliares… todos se colocaron en sus puestos como piezas de un retablo vivo, como un ejército silencioso dispuesto a dar testimonio.

A las 18:00, reunida la Junta de Gobierno, se tomó la decisión más dolorosa pero también la más sabia: esperar. Una hora, al menos. Y fue entonces, cuando no quedaba nada, cuando lo tuvimos todo.

Nuestro Hermano Mayor nos habló. Y con sus palabras… descendió el Espíritu. La Hermandad se hizo cuerpo, alma, latido. Rezamos. Unidos. De verdad. Sin protocolos. Sin papeles. Sin miedo.

El Rosario, con los ojos fijos en María Santísima de los Dolores. Cada misterio, un hermano. Cada Ave María, un suspiro contenido. Después, las Cinco Llagas, porque solo quien se une al dolor del Crucificado puede saborear la dulzura de la redención. Y por último, un costalero elevó una oración al cielo, rogando que cesara la lluvia, que Dios nos permitiera salir. Y Él, que siempre escucha a sus hijos, respondió.

Ya habíamos salido. Sin saberlo. Ya estábamos en las calles. No con los pies, sino con el alma.

Y no estábamos solos. Desde el cielo, con su túnica pequeña y su mirada limpia, Mateo, nuestro pequeño hermano, nos sonreía. Él, quiso verla en la calle este año de la Esperanza. Y Dios escuchó también su oración.

Pasadas las 19:00 la lluvia aún persistía. Pero entonces… el milagro. Un rayo de sol atravesó las celosías mudéjares del templo. Como si el cielo mismo abriera sus puertas para decirnos: «Salid. Testificad. Esta es vuestra hora.»

A las 19:40 el portón de Santiago se abrió. Y desde dentro, los tambores de la Banda Virgen del Rocío comenzaron a latir como un corazón desbocado. “Resucitó” fue el grito hecho música que rompió el silencio de la plaza a la salida del Nazareno. Toledo contuvo la respiración.

Y salimos.

Los sones de “El Perdón” nos abrazaron, y con ellos, la ciudad entera. Jesús Nazareno, firme y sereno, caminaba entre sus hijos como Rey coronado de espinas, repartiendo consuelo con cada chicotá. La Virgen de los Dolores, majestuosa, doliente, madre y reina, cerraba el paso de un pueblo que se entregaba a su amor.

Al pasar por la Capilla de la Estrella, Toledo fue una sola voz, un solo corazón. La Reina del Arrabal bendijo a nuestro Cristo. Fue un momento eterno. Inmortal.

Avanzaban las horas, y con ellas, las emociones. Desde la plaza de Santiago hasta Zocodover, desde Bisagra hasta la ciudad imperial, éramos la dignidad hecha Cofradía, el amor hecho testimonio. Los más pequeños abrían el cortejo: nuestro futuro, nuestra esperanza, nuestra revolución. Y tras ellos, los jóvenes costaleros, esos valientes que han decidido que la fe también se lleva encima, sin más razón que el amor. Ellos han venido a hacer historia, lo sabían y cumplieron.

Las portadoras, firmes, eternas, conscientes de que con cada paso están escribiendo la historia de la Semana Santa toledana. Son las valientes. Las imprescindibles. Las de siempre. Las que han venido para quedarse.

Y llegó el momento que da sentido a todo: El Santo Encuentro.

En Bisagra, bajo la mirada de un Toledo conmovido, María y Jesús se encontraron. Sus ojos se buscaron, se encontraron, se dijeron todo sin palabras. La música calló, los corazones hablaron. Y entre marchas, lágrimas y suspiros, se hizo presente el cielo.

La Virgen, con la dulzura de su pena, se inclinó ante su Hijo. Y Él, manso y amarrado, recibió la ofrenda de su Madre.

Toledo no quería dejarnos marchar. Pero debíamos regresar. La última revirá del Nazareno, dedicada a toda la Hermandad, fue un suspiro envuelto en incienso. Ya no quedaban palabras, solo miradas llenas de lágrimas, abrazos callados, manos entrelazadas.

Entró el Nazareno. Entró la Virgen. Entramos todos.

Y con ellos, un año de trabajo, de ensayos, de reuniones, de sueños, de oraciones, de risas y de lágrimas. Todo eso volvió al templo, no para quedarse, sino para salir transformado en gracia, en fe y en esperanza.

Somos del Arrabal.

Y este Sábado de Pasión lo gritamos, lo vivimos, lo sentimos.
Gracias a Dios por permitirnos vivir este día.
Gracias a cada hermano, a cada hermana, a cada alma que hizo posible el milagro.

A Él la gloria. A nosotros la dicha de haber sido testigos.

Descube aquí el vídeo resumen de un día histórico:

Galería de fotos de la Estación de Penitencia:

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